De Roma al Paseo Ahumada: Deambulando entre poesías e historietas de la mano de Lihn
POR IVÁN CORNEJO, LIVÁN.
Iván Cornejo, Liván, es ilustrador profesional, dibujante de cómic y autor de la historieta El Paseo Ahumada de cuchepos y pingüinos, editado por Das Kapital. El presente texto fue leído el 19 de octubre de 2016 por su autor el en el Simposio Lihn , organizado por la facultad de letras de la Universidad Católica. Ergocomics agradece a Liván por su gentileza en permitir que Ergocomics publique su texto.
Lo que hoy me convoca y a lo que quisiera invitarlos es a hacer conmigo este recorrido, este viaje entre la poesía y la novela gráfica, o cómic, como quieran llamarle.
Veamos, Lihn, un reconocido poeta nacional, miembro importante de la generación literaria de 1950, hacia el final de sus días, termina haciendo una historieta, que se publicaría años después como obra póstuma en “Un Comic”. Y por otro lado, un dibujante de historieta, fija sus ojos en un poemario, que salvo su hilo conductor, carece de estructura dramática definida, con el propósito de transformarlo en una secuencia de viñetas para con ellas contar una “historia”, transformar un poemario en una novela grafica. Pues bien, dicho comic resultante no solo termina siendo hijo del poemario, sino que del completo deambular desde Roma, en donde nos acompañase una loba, hasta el mismo Paseo Ahumada, atestado de pingüinos.
Como decía, “Lihn el poeta, termina sus días haciendo un comic”. En primera instancia suena raro, pero lo cierto es que no se necesita ahondar demasiado en su vida para saber de la estrecha relación que mantenía con el mundo del dibujo. Desde su tío-abuelo Coke fundador de la famosa revista de humor político Topaze, en la que llegó a trabajar como dibujante. Hasta, su ingreso a la escuela de Bellas Artes justo después de egresar de enseñanza media. En calidad de estudiante libre de dibujo y pintura. Pese a que él abandonase tempranamente sus estudios, acaba vinculado al grupo intelectual formado en torno a dicha escuela, para la cual escribió varias críticas en el área de las artes plásticas (específicamente para la revista del establecimiento), y más tarde colaborar con diversos medios de prensa en el área gráfica. Además de esto, ilustró varios de sus propios poemas, e incluso poemas de sus amigos (Nicanor Parra por contar alguno). Siendo objetivos y basándonos en datos como estos, es correcto decir que Enrique ejerció de ilustrador profesional, fue un colega, sólo que sus ambiciones y capacidades creativas abarcaban un espectro mucho más grande, y su genialidad a la hora de escribir, terminó destacando por sobre el resto, y muy merecidamente.
Entonces, ya sabemos que la veta gráfica existía, sólo que por el momento pasaría, por decirlo de alguna forma, a un segundo plano. Esperando su momento para tomar su merecida revancha.
Y bien, esa revancha llegó, de la mano del ya mítico cómic, o “novela-cómic” como el le decía: “Roma la Loba”. El que dibujó prácticamente agonizante, durante los últimos días de su vida. Cuya leyenda dice que la pluma que usaba, debía ser amarrada a su mano para que pudiese hacerlo.
Quizás producto de esto, es el caos que transmite esta historieta. Entre angustia o desesperación que exudan sus viñetas. Es imposible pasarlo por alto, aunque puede ser simplemente una decisión artística. No hay que dejar de lado el hecho de que el cómic underground siempre ha poseído características similares, en donde lo chocante y caótico es lo atractivo y lo que lo hace particular, además de guiones amorales, historias que la sociedad normalmente intenta ocultar avergonzada. Y entonces “Roma la Loba” resulta un ejemplar increíble de un buen cómic underground, con toda esta fuerza y potencia que no deja indiferente a nadie. Cada viñeta es casi una aventura, es una invitación a sumergirse en trazos segmentados, achurados que parecen carecer de lógica pero resultan ser el volumen dado a través de curvas a caras, a partes del cuerpo vestidas o a veces desnudas, entrelazadas o golpeándose, personajes al fondo con acciones aparte, pequeños animales que se asoman y seres místicos que cambian de forma de un recuadro a otro. Descubrir cada uno de esos elementos es casi una victoria que incluye el correspondiente premio. Y así los textos que no se rigen de normas establecidas de la narrativa gráfica como el de arriba a abajo e izquierda a derecha a la hora de leerlos, simplemente habla primero el que empieza a hablar, y es parte de esa búsqueda constante a la que nos invita Roma la Loba, ajena a metodologías convencionales. Enrique Lihn se despoja de todo eso porque tiene una meta más importante, contar una historia, plasmar lo que pasa en su cabeza sobre una hoja de papel y eso se siente. El ímpetu de su pluma, el dibujar casi como una carrera, para intentar seguir el ritmo de su mente que no se detuvo ni hasta el último de sus segundos.
Tras tomar un último gran aliento y al lograr terminar esta historia, la recompensa es el descubrir un trazo privilegiado, arte más allá de la historia, viñetas complejas de diálogos coloquiales. Y es que estamos leyendo una historieta de Lihn y eso se nota. Esa letra lúcida que tanto se agradece, despojada de rimbombancias con los pies siempre aterrizados. Hace que la historia fluya fácil, que las conversaciones sean tan creíbles como una de esas que escuchas en el transporte público ese día que olvidaste llevar tus audífonos contigo. Esto es lo que logró el poeta, hacer normales historias que tienen absolutamente nada de normales, pero que ocurren en el Chile que todos conocemos, a la vuelta de esa calle cercana que nunca hemos visitado.
Cinco años antes, en 1983 Enrique Lihn auto-publica “El Paseo Ahumada”, un libro irónico, crítico y duro sobre el espacio urbano del Chile bajo recesión económica, cuyo lanzamiento, en el propio paseo Ahumada (Santiago Centro), le valió un breve arresto policial. Esta obra, de una edición bastante precaria financiada en gran medida por él mismo y algunos de sus amigos, nace también como un intento de oponerse a la limitada y asfixiante cultura oficial en tiempos de Dictadura Militar. Esta consta de treinta poemas, algunos bastante extensos y otros de sólo un par de líneas. En ocasiones críticos, incisivos y muy claros, como también irónicos con tintes de humor. Incluye poemas de corte personal, reflexivos, y otros en donde toma a un mendigo (que por cierto existió, el denominado “Pingüino”), como protagonista de sus historias. Pese a que siempre el principal protagonista es la ciudad, esta ex calle convertida en paseo, describiéndola a través de sus peatones y casuales habitantes.
Cuando me topé con este poemario fue amor a primera vista, eran los días en que trabajaba en la que debía ser mi tesis para la carrera de ilustración profesional de la cual me titulé y lo único que tenía claro para ese entonces es que iba a hacer un cómic, y el tema de este sería o adaptar una poesía (lo que había hecho tiempo antes en una clase de historieta dictada por mi amigo aquí presente, Christiano), o crearía una historia propia de lo que sea, pero que hablara de la vida diaria, nada de fantasía, quería una historia cotidiana, demostrar que el día a día tiene material de sobra para historias dignas de ser narradas. Por eso es que el poemario que encontrara esa noche , leyendo sobre “ese poeta que me habían recomendado” resultó amor a primera vista. Era una colección de poesías sobre un paseo peatonal por el que he transitado toda mi vida, prosa de paisajes habituales en lenguaje terrenal, que no por eso, dejaba de ser poesía por un segundo. Historias de un Chile que fue, uno que sigue siendo, personajes de los que aún podemos ver sus sombras, historias de los ochenta que merodean hasta el día de hoy solo que travestidas.
Había encontrado el que sería mi proyecto de título, y un paseo peatonal de más cuadras de las que parecían a simple vista.
Comencé entonces con la adaptación de este conjunto de poemas ligados por un tema en común, pero muchas veces independientes entre si, a una novela gráfica. Lo que conllevaba esta dificultad extra, transformar un texto que esta hecho para prescindir de imágenes, sumado a que la obra esta situada en un contexto histórico distinto al actual. Este peso extra a la hora de idear una historieta volvió el proceso, en algo a ratos tedioso y muy lento, debido a la cantidad de pasos a seguir antes de llegar al dibujo mismo. Pese a todo fue bastante entretenido y enriquecedor el ver como todo el trabajo, toda la información recopilada van decantando en una única obra.
Lo primero fue leer el Paseo Ahumada más de una vez, para sumergirme de lleno en estos poemas plagados de humor, critica y descarnada sinceridad, veintiocho páginas que incluyen treinta poemas y pequeños dibujos, algunos de los cuales rescataría para incluir más adelante, a modo de homenaje.
Habiendo asimilado cada poema, y luego de haberlo transcrito al computador para poder trabajar con el texto, hice una especie de “resumen” de cada uno de los poemas, detallando de que trata o cual es su trasfondo. Simplificarlo a un par de líneas para quedarme sólo con su “esencia” y con esto poder contar una historia (cabe mencionar que cada vez que lo leía, me re encantaba y le encontraba nuevos significados a cada poema).
Listos los resúmenes, convirtiendo varias hojas en únicamente dos páginas, pude hacerme una idea global de la obra. Numeré cada uno de los poemas y empecé a reorganizarlos. Según su contexto, ubicación espacial y relación del protagonista (quien narra los poemas), con otros personajes. Esto para lograr un relato coherente, con estructura dramática (entiéndase: introducción, desarrollo, clímax y desenlace), que haga al lector la obra entretenida de seguir, con altos y bajos, para engancharlo así a esta suerte de historia.
Así fue como, por ejemplo: “Las 7 Plagas en el Paraíso Peatonal”, poema que originalmente ocupaba el puesto onceavo, ahora se transformaba en el inicio de este relato, a modo de prólogo. O poemas como “Introducción a la Estética del Vivac” y “Mitologías” (números cuatro y dieciocho respectivamente), terminan fusionándose.
Con este nuevo orden, el siguiente paso comenzó a tener sabor a historieta, y este fue, el argumento. “Enrique y su transitar por el acontecido paseo peatonal en los ochenta, y su encuentro con un mendigo muy particular, El Pingüino”. Así de pronto Enrique Lihn pasaba de narrador a un personaje de cómic, ahora él sería el protagonista y nosotros sus acompañantes.
Fue entonces cuando vino el guión, y aquí los poemas fueron los protagonistas absolutos. Se hace evidente que en la adaptación de un “texto” a “dibujos y texto” parte de éste deberá desaparecer, o transformarse más bien en dibujos. Descripciones hechas por los personajes o el propio escritor se transforman en paisajes de alguna viñeta. Para esto tuve que otra vez releer varias veces los poemas y editarlos, sacando textos que pudiesen transformarse en dibujo y dejando solo lo esencial para un correcto equilibrio entre lo gráfico y lo literario. Aunque en variadas ocasiones estos permanecieron íntegros como protagonistas de la página. En la realización del guión se hacia necesario ligar un poema con otro, para lo cual fui minucioso al agregar el menor texto posible para no interferir en la intención de Lihn y el poder de sus letras. De esto trató la edición de sus prosas, sólo quitar párrafos y/o agregar conjunciones para enlazar historias, dejando así sus textos lo más pulcros posible.
Por fin con el guión listo llegaba la hora de dibujar, lo cierto es que aún faltaba un paso no menor para ello. Y este era uno que mencioné hace un rato atrás, el hecho de que la obra esta situada en un contexto histórico, y además, distinto al actual. O sea, no eran lugares que pudiese inventar, eran lugares que existían, que existen. Que debían ser reconocibles para el lector, y además en los ochenta, así que no bastaría con acudir a esos lugares y tomar fotografías, lo cual hice. También debía buscar en revistas antiguas, documentales de la época como “La ciudad de los Fotografos” que retrata muy bien el “ambiente” de esos años, o “Adiós Tarzan” en donde pude ver a Lihn a sus anchas. Incluso una serie, muy de moda los días en que dibujé este cómic, me sirvió muchísimo, “Los 80” de Canal 13. Rescatando looks de la época, logos de reconocidas marcas, autos, micros y lo que fuese que necesitara para que se vea y sienta que todo ocurre en 1983. A veces era bastante difícil, cuando debía dibujar edificios emblemáticos que ya no existen o han sido remodelados por lo que ir al lugar no servía de nada. Tenia que buscar en fotografías antiguas del centro y reconstruir cosas como las piletas ubicadas a los extremos del paseo Ahumada, de las que hay muy poco registro.
Ya con toda la información reunida, más el guión previamente acabado fue hora de ponerse manos a la obra y dibujar y dibujar y dibujar. Aquí es cuando apareció esta primera historia de la cual les hablé, “Roma la Loba”, y fue uno de los principales referentes en cuanto a estilo y técnica. A modo de homenaje, y también porque soy un seguidor del cómic underground, del que como les decía es un muy buen ejemplar, algo así como un Robert Crumb chileno. Esto conllevó hacerlo íntegramente a mano, únicamente coloreado con el negro de la tinta y el blanco de la hoja. Nada de textos integrados digitalmente o siquiera el uso de regla para dibujar edificaciones o el borde de las viñetas. Que el pulso y esas pequeñas irregularidades fuesen parte del estilo, que se vea sincero. Quitarle lo perfecto, tal como Lihn lo hiciese con sus relatos de la ciudad. Que se vea todo esto reflejado en la página no solo con los dibujos, sino también con la forma en que fueron hechos, sin más mediadores que la hoja, mi lápiz y yo.
Pues bien, las viñetas por dibujar se acabaron, años después este cómic, titulado finalmente “El Paseo Ahumada -de cuchepos y pingüinos-” sería descubierto por DasKapital, una editorial independiente, publicado, y yo quedaría sindicado como una de las tantas victimas y cómplice de la letra certera de Enrique Lihn, complicidad que me trajo aquí y me permitió compartir mi experiencia con todos ustedes, muchas gracias.