Lota 1960. La génesis de una novela gráfica de relación social.

POR ALEXIS FIGUEROA

Alexis Figueroa (Concepción 1956) es poeta, escritor, guionista de historietas, director de arte y productor cultural. El siguiente texto fue su ponencia en el 2° seminario de narrativa gráfica que se realizó el 6 y 7 de octubre de 2015 en la facultad de Humanidades y Arte de la Universidad de Concepción.

Agradezco la gentileza de Alexis por permitirme reproducir aquí sus reflexiones en torno a la producción de la historieta Lota, 1960.

I.

En momentos en que nuestra peculiar cultura literaria se abre a otros espacios, tales sean los de la fantasía y la imaginación, elementos perseguidos a sangre y fuego por el espíritu nacional, y cito dos textos al respecto, el de Diego Maquieira que dice “Nos educaron para atrás padre/ Bien preparados, sin imaginación” y el famoso “en Chile el orden se mantiene por el peso de la noche” de Portales, en momentos en que nuestra peculiar cultura literaria se abre a otras tribus del significante, sean éstas distinciones de los géneros menores: comic, literatura negra, CF, de horror, etc. y se democratiza el gusto literario dejando la constricción de la academia y su determinación de lo esencial y lo trivial, de lo importante y lo superfluo, de lo culturalmente valioso y lo insignificante y prescindible, posibilitando aventuras de edición nuevas, ya próximas, ya alejadas de gran industria editorial; en momentos, digo, en que el descubrir nuestras ocultas tradiciones -pienso en escrituras acéntricas como las de Juan Emar y Enrique Araya, que reafirman su gesto aún de espaldas a un tradición de seriedad, pienso en una desconocida Marta Brunet confinada al “criollismo” a pesar de que su Humo hacia el sur recoge tanto a Faulkner como prefigura a Donoso y el Boom- a la vez que incorporar otras, de cercanas o lejanas tierras se vuelve un asunto de deseo antes que la adquisición de una fantasmagórica cultura general, es que siento y creo en la voluntad de estos trabajos. En nosotros resuena la necesidad de libertad. Y nadie puede intentar desprecio por las características de nuestros gustos literarios. Creo que es en la avidez de nuestro espíritu, en la avidez de explorar nuevos territorios en donde ha de buscarse la pulsión de nuevas formas y los nuevos contenidos.

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Portada de Claudio Romo para Lota, 1960.

Una de estas nuevas formas, en tanto novela gráfica y nuevos contenidos, fue la novela gráfica (¿podemos decir cómic, o historieta sin la conciencia del diminutivo que la palabra comporta?) Lota, 1960: la huelga larga del carbón. Libro de 120 páginas, editado el 2014 por Libros de Nébula/Lom, corresponde a un trabajo artístico que reunió a un guionista (Alexis Figueroa), 6 ilustradores (Ibi Díaz, Elisa Echeverría; Vicente Plaza, Fabián Rivas, Claudio Romo –que actuó como curador- y Francisco Muñoz) y Hari Rodríguez como diagramador. Realizado durante un año de trabajo, involucró en su proceso investigación, documentación de fuentes, entrevistas y compilación iconográfica, guión, ilustración, diagramación, diseño editorial y finalmente impresión. La realización, la aventura que va desde la idea al libro, es lo que tendremos en esta charla hoy.

Nuestro libro, concebido inicialmente por Claudio Romo y yo, nació de una idea y una observación cultural. La gráfica social regional se ha caracterizado por tener históricamente dos sistemas de producción: el muralismo y grabado tradicional, que en su periodo del 50 al 70 - a través de artistas como Santos Chavez, Rafael Ampuero, Guayasamín –en calidad de visitante ilustre- Pedro Millar y Julio Escámez entre otros, sientan las bases de una tradición al respecto. En la actualidad, se presenta una revalorización de sus contenidos, especialmente en el sentido del patrimonio y la identidad regional, en obras vinculadas fuertemente tanto al grabado en si –la iniciativa Taxon Lazarus de Antón Gacitúa y José Pedreros es decidora al respecto- como a la narrativa gráfica (Yayo, Elisa Chavarria, Ibi Díaz, Nicolás Castañeda, Fabián Rivas, Carlos Vergara,Bastián Brauning etc.) que precisamente investigan, presentan y exponen esta tradición, adecuada a los nuevos procedimientos de producción de obra. Podría decirse que del mismo modo como el muralismo – tomando las ideas y voluntades del antiguo procedimiento mural- deriva hacia el graffiti y el street art, el grabado tradicional se ha desplazado , encontrando una nueva fuente de procedimientos en la gráfica narrativa contemporánea, posibilitando nuevas prácticas creativas, que hoy día buscan constituirse como un referente en la actividad.

Nuestro trabajo, se instalaba en esta intención. Por un lado buscamos el incremento contemporáneo de una práctica gráfica y por otro el rescate y memoria de un acontecimiento constitutivo de nuestra identidad regional. Lota, 1960: la huelga larga del carbón como suceso, puede inscribirse perfectamente –en tanto motivo y crónica- dentro de la tradición temática de la gráfica social mencionada, pudiendo ser presentada asimismo en tanto producto de arte, conforme la puesta al día –en práctica y nuevos procedimientos- de la gráfica social regional, vinculando Historia y Patrimonio Intangible, en la constitución tanto de arte, como de soporte para la Memoria Social de nuestra comunidad.

(Este comic de carácter “documental” tiene un gran exponente en el historietista peruano Jesús Cossio, especialmente su trabajo sobre sobre la violencia política en Perú y los crímenes cometidos por Sendero Luminoso, el MRTA y las Fuerzas Armadas entre los años del fujimorismo, 1990 al 2000. El mismo nos dice “En realidad, mis comics sigue el ejemplo del excelente trabajo de Joe Sacco”)

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«Marcha», capítulo a cargo del dibujante Fabián Rivas.

II.

A comienzo del 2013, conversábamos respecto a las posibles ediciones futuras de Nébula. Nuestra editorial es pequeña, y acaso nuestro desafío sea hacer al menos un buen libro por año. Como dije, se trataría de nuestra primera incursión en la novela gráfica de tema histórico social. Se trataría a la vez, del rescate de diversas y distintas miradas sobre un suceso de características épicas como lo fue la Huelga Larga del carbón de Lota, en el , en Chile, VIII región. Pienso que este primer elemento fue fundamental respeto a la óptica de lo que deseábamos: no se trataría tanto de reflejar o constituir un épica obrera – el discurso de la épica obrera, con su distinción de clase, ha invisibilizado a otros participantes de la lucha social, en virtud de ser vistos como secundarios y “menores” en su protagonismo- sino de recoger la idea de que fue todo un pueblo quien se movilizó – y aún más, quien vive- los avatares de su propio futuro. Una comunidad en donde hay mujeres y hombres, niñas, niños.

Dice Jaime Pinos, sobre Lota 1960: Esto es historia social. Pero la perspectiva desde la cual es relatada esta historia es la de aquellos que no suelen ser vistos como sus protagonistas. Niños, mujeres. Los perros quiltros que marcharon junto a las familias hasta Concepción. Los actores siempre secundarios para una forma ya desgastada de comprender y relatar la historia. Una épica obrera siempre masculina y ejemplar hasta la caricatura. Por el contrario, este libro, el montaje de relatos e imágenes que lo componen, se juega por ver y recordar desde otro lugar. El de los ojos, las voces y los recuerdos de los invisibles, de los más olvidados. Los que fueron parte de esa lucha, la lucha de todo un pueblo, sin ninguna aspiración al heroísmo o a la posteridad.

Y dice Luis Aguayo: Salvo ciertas historiadoras, la mayoría de los textos que tratan la historia de la sociedad del carbón del golfo de Arauco (ya sea que estén centrados en los elogios a los magnates que dirigían las compañías; o en loas a la épica del movimiento obrero) narran un historia contada por hombres; las mujeres, relegadas a un hacer marginal, son invisibles en la comunidad industrial.

Se trataba entonces, de ver y hacer ver. Es por eso que las diferentes historias que conforman el libro tienen como protagonistas a un narrador omnisciente que presenta el sentido del libro en general, a una mujer adulta que evoca un eje clave de su niñez, a un hombre adulto que recuerda un viaje a Santiago, a un pueblo que marcha, a una joven que descubre la raíz de su libertad y a un hombre joven que regresa a una ciudad que ya no existe. Las historias, de todos ellos conforman un mapa y un libro.

En Chile aunque hay ya un circuito de circulación de obra y venta de la producción de narrativa gráfica, aun no hay una valoración crítica académica de su producción, ya sea desde el campo literario o de las artes visuales, no se desplaza reseña, crítica o teoría. Goza sin embargo de su propio circuito crítico –incluida la visión que hace del comic o historieta un lenguaje propio- expresado generalmente en convenciones, encuentros, lecturas y blogs. Ergocomics, PlopGalería, Chilencomics, La forja del Bronce, son algunos sitios en donde se pueden encontrar entrevistas, reseñas, comentarios.

Es en este último en donde leemos: La primera historia, «Memoria», ilustrada por Ibi Díaz («El cabello de Abigaíl») fija el tono del resto del trabajo y es, al mismo tiempo, la mejor resuelta en cuanto a su intención. De hecho, creo que las tres páginas finales son las más potentes que he leído en mucho tiempo por el impacto del mensaje, que deviene declaración de intenciones por parte del autor: Lota, 1960 no sólo es un ejercicio de memoria, sino también una imposición de recordar que las generaciones instruidas debemos asumir desde otra perspectiva. Los padres y abuelos, galvanizados por el trabajo, merecen perpetuarse por otras vías, las de sus hijos que estudiaron y pueden crear otros modos de conservar ese recuerdo, ya en calidad de legado.

Hubo un tiempo en que nuestra región fue principalmente fabril y obrera, y los grandes complejos industriales alimentaban la vida en las ciudades. Lota, Tomé, Chiguayante, por nombrar los más cercanos, trabajaban incrustados en la economía regional. Pero después pararon. Hoy en día, quedan las ruinas. En Lota, en Chiguayante, en Tomé. Son testimonios de las nuevas condiciones de la economía mundial. ¿Qué queda entonces? La memoria. Surgen nuevas formas, nuevos sujetos, nuevos personajes colectivos. Y es que hay una distancia temporal compleja, social, histórica entre los años del 60 y el presente post 2000. Acaso el transporte del pasado físicamente más feble, sea la memoria, pero a la vez es lo único que nos permite -aún más que identidad- la noción de ser algo más que nuestra propia percepción, aislada y sola, ajena al otro, y así, sin continuidad ni historia, colectiva o personal.

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Viñetas de Fabián Rivas para el episodio «Marcha».

III.

He aquí entonces el primer punto del proceso: la elección de la historia. No en su anécdota, no en su periplo y aventura sino en su esencia. Y su esencia es memoria. La obra , como hito, inscripción o grafía, hablará y aúna voluntad de lucha y esfuerzo colectivo, un episodio no solo de coraje, sino esencialmente de comunidad. La historia de Lota –lo dijimos- no es una historia de “mineros”, es historia de hombres y mujeres, niños, niñas, muchos, muchas, todos. Buscamos brindar una perspectiva artística, que proyectada en su ficción entregue este momento: Lota, 1960: La Gran Marcha del Carbón.

Y si ya determinamos que queríamos y también la óptica para tratarlo, entonces hay que hacer la investigación. En nuestro caso, será el mismo guionista quien determine y realice su plan, que incluye recopilación de fuentes, informantes, documentación visual y escrita, entrevistas en terreno.

Al inicio, cuando comencé al recopilar datos, historias y anécdotas que permitiesen realizar los guiones de Lota, 1960: la huelga larga del carbón, recurrí a lo que sabía. Y es que durante el primer semestre del año 2000 estuve ya investigando en la zona de Lota. En ese entonces debía realizar el guión de una obra llamada “Gente de la aurora oscura”, puesta en escena por la Compañía de Danza Calaucán. Me enteré de huelgas y ollas comunes, de costumbres mineras, del trabajo en la mina, de accidentes y huelgas, de hornos compartidos, de la cocina y algunos rituales del carbón. Finalmente presentamos la obra en el teatro de Lota Alto, acondicionado para la ocasión. Pasó el tiempo. En el año 2011 trabajé en la redacción de Pueblo de Carbón a partir de las memorias de Miguel Elizalde –dirigente histórico del mineral- , por encargo de Alvaro Muñoz, lo que me permitió ahondar más en la historiografía de Lota. Comencé a darme cuenta que incluso en Concepción, conocía a distintas familias que habían tenido un antepasado –padre, madre, tío, tía, abuelo, abuela- directamente relacionado con la zona minera. Finalmente, en el 2013 emprendimos, junto a Claudio Romo y un equipo de ilustradores e ilustradoras locales, la realización de esta novela gráfica, que recoge la historia de la última gran huelga del carbón. Les hago ahora presente mis fuentes.

Para el capítulo uno, que figura una especie de introducción de época, la documentación proviene de Internet, tanto en iconografía como en documento textual. También de una conversación que tuve con Gonzalo Rojas sobre las escuelas de verano de los 60 en la Universidad de Concepción, de una tesis de grado de Juan Aguayo Cornejo (Memoria e identidad en dos barrios de la zona del carbón. Narrativas de “Fundición” (Lota) y “Puchoco -Schwagger” (Coronel), y de un reportaje referido a la relegación de dirigentes mineros a Pisagua, en los años de la presidencia de Gonzáles Videla.

El segundo capítulo es la visión de los sucesos de los 60 a través de una mujer que evoca su niñez, y recoge conversaciones con Ana y Norma Gutiérrez quienes eran efectivamente niñas – y realmente vivían en frente de la plaza de Lota - en los tiempos citados.

El tercer capítulo, que narra la llegada de un escolar al hogar de obreros gráficos de la capital, usa como base documental algunos párrafos del texto original Pueblo de Carbón de Miguel Elizalde, la conversación que mantuve con Oscar Acuña, por esos años juvenil director de Liceo en la zona y el texto La huelga grande del carbón en Lota, Coronel y Curanilahue de 1920 de Marcelo Valenzuela Cáceres que si bien no se refiere a esta nueva huelga, es importante para descubrir que el traslado de hijos –por motivos de sobrevivencia-no era una asunto inédito para los años 60. El contexto del “descubrimiento” de una vocación, se sitúa a partir de las experiencias directas de mi amigo Víctor “vicho” Plaza, quien es el ilustrador de esta historia.

El cuarto capítulo o “Marcha”, recoge fuentes diversas, especialmente el libro El tiempo no es redondo de Jorge Montes- diputado y senador por el PC entre los años 1957 a 1973, una entrevista personal a Vasili Carrillo –fusilero del Frente Manuel Rodríguez en el atentado contra Pinochet-. Vasili, tenía unos cuatro años en ocasión de la huelga, pero recuerda sus momentos claros. Vasili, es hijo de Isidoro Carrillo Tornería, regidor de la comuna de lota, miembro del PC, fusilado por cargos falsos en spetiembre de 1973. También investigué en torno a Sergio Bravo, intentado dar con su mítica película “La marcha del Carbón”. Use partes del libro Hijos de las piedras de Juan Sánchez Guerrero, Editorial Zigzag, 1973; del libro Carbón de Diego Muñoz, Editorial Huracán, Cuba, 1976 e Historia del proyecto y construcción del teatro de los mineros en Lota del arquitecto Miguel Lawner.

El quinto capítulo, se documenta en aspectos sociológicos, toda vez que trata de un sector aún más excluidodel pueblo lotino: los chinchorreros. La ausencia de testimonios y material directo me llevó a la investigación en la web encontrándome con documentos de Oreste Plath en http://www.midulcepatria.cl/los-chinchorreros. Esto, mezclado a la superstición minera de la fatalidad de la mujer en la mina está en la base de la historia.

Finalmente el último capítulo reúne mis recuerdos del río Trongol, más los recuerdos de algunos artículos publicados cuando fue el cierre del mineral en el año 1997, ciertas narrativas apocalípticas de la ciencia ficción y una conversación mantenida en un bar de Concepción en el año 2010.

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De izquierda a derecha: El guionista Alexis Figueroa y los dibujantes Claudio romo y Vicente Plaza.

Gladis Eade – a quien consulte mucho tiempo atrás, con motivo de la obra de Calaucán, Margarita Inzunza – que vivió esos años-, Carlos Barrenechea, Eduardo Cruces –artista visual, natural de la zona del carbón- y otros que por lo eventual no registré adecuadamente, integraron también mi panoplia de informantes directos.

Fue con todos ellos que la historia se dispuso a ser contada. Entonces, el paso siguiente fue la guionización. Decidí comenzar por una introducción general que situara la época y el tema, es decir, que entregase el marco histórico en referencia a Chile y el mundo, en base a sucesos políticos, artísticos y anecdóticos, a la vez que entregara los ejes artístico/ideológicos del libro total. Que hablara de las causas de la huelga, de la historia del pueblo minero, de la necesidad de recuerdo y memoria para mantener un acervo común.

Luego, vendrán las historias, que no hacen un narración cronológica ni tampoco lineal de la huelga, sino se aproximan a ella desde el punto de vista de sus protagonistas que desde nuestro presente evocan los días pasados. Son historias que recurren a puntos de vista y estilos diversos en su narración. Entre los entrevistados, encontré a dos hermanas que recordaban sus días de niñez en Lota, y que habían vivido la Huelga larga de 97 días. Hijas del secretario del sindicato y miembro del PC lotino, recordaban muy bien esos tiempos. Por ejemplo, la vida trashumante junto sus padres, que en calidad de organizadores del movimiento sindical vivían un año aquí, otro allá, levantando basesy organización. Finalmente se quedaron en el carbón largo tiempo. Y en Lota, crecieron. Vivieron frente a la plaza, a un costado de lo que es el Teatro del Sindicato, que nunca se llegó a terminar. Aún está ahí, con su gran mole desvencijada y vestusta, esperando por tiempos mejores que acaso nunca llegarán. Desde los ventanales ellas vieron pasar por la tarima en medio de la plaza a Pablo Neruda, a un joven Patricio Manns, a Violeta Parra, cuando apoyaban con su arte al movimiento obrero. Era otros tiempos, tiempos en que se proyectaba una Reforma Agraria que expropiaría a la oligarquía chilena 3 millones 500 mil hectáreas, se organizarían más de 400 sindicatos agrícolas con más de 100.000 afiliados. Esto, que en aquellos tiempos pudo hacerse sin asomo de rebelión castrista y de la oligarquía, hoy en día, en pleno gobierno comillas socialista, sería algo impensado e implicaría una inmediata amenaza de desestabilización política e incluso, golpe de estado. Pero retomemos. Nuestras niñas asistían a esas reuniones. Y recuerdan muchas anécdotas. Con seis años en los 60, recuerdan el pueblo a oscuras en la temprana mañana, uno, dos cantos de gallo a lo lejos, al inicio de la marcha minera hacia Concepción. Pues no solo mineros marcharon, sino también sus familias. Mujeres y niños. Una banda tocaba su música mientras caminaban. Gritos y banderas. Una bandada de bicicletas avanzaba también hacia Concepción. Y camionetas y micros. Y perros sin nombre ladrando por todo el camino. Recordaban a los estudiantes de la Universidad de Concepción, que acompañaron y apoyaron la marcha. Recordaron las frutas, el agua con harina que la gentes brindaban, como apoyo y a orillas de la a los que marchaban. Recordaban también el gran terremoto del 21 y 22 de mayo, que a la larga acabó con la huelga a no poder Lota, en estas nuevas condiciones, resistir más. Luego, una de ella me cuenta de cuando iban al cerro a recoger moras, en tarros de leche nido que hacían 5 litros de capacidad. Con ellas las madres hacían postres y mermeladas. Y la otra recuerda cómo se usó la hambruna post terremoto para acabar con la huelga. Y recuerda la vuelta de Alessandri a la zona – era el presidente de Chile en los momentos de la huelga minera- en la campaña presidencial de 1970, como candidato del partido nacional. Recuerda el asalto que ellos, los ahora jóvenes, hicieron a la comitiva del candidato. Arrebatando las camionetas que llevan los equipos de audio al Teatro Mauri para su proclama, las condujeron a la cancha de Lota Bajo. Y allí, en una especie de fiesta, las incendiaron. Buena gana le quedó al candidato de pasear por la zona. Pero bueno. Yo, también recuerdo el terremoto, pero en Concepción. Tras el sismo, se levantaron grandes carpas en el patio de la casa de mis abuelos. Y allí se instaló la familia, junto a otras familias. Un gran patio, en el que corríamos jugando en plena noche. A cada uno nos dieron un farol hecho con un tarro de café vacío y agujereado completamente con un clavo. Se le colocaba un alambre como agarradera y adentro, una vela encendida: un farol. Recuerdo la sensación de explorar la oscuridad. Recuerdo el cielo nocturno. Allá arriba, en la densa negrura – las luces no funcionaban a causa del sismo- brillaba un columna de estrellas, extendida lado a lado del cielo. Recuerdo haberla quedado mirando, asombrado. Entonces…¿por qué no mezclar ambas experiencias y hacer que mi personaje, basado en los recuerdos de la niña y los míos, contemplara la noche y distinguiera las estrellas en su total inmensidad, por primera vez? Recordé una frase leída en Cosmos de Carl Sagan: la Vía Láctea, la galaxia, es el espinazo de la noche. ¿Por qué no aprovechar esta imagen? Y aún más. Recordé también que en el “Tesoro de la juventud” indispensable enciclopedia temática, frecuente en las casas chilenas allá por los 60, leí por entonces un artículo titulado “Cómo desenterramos la luz solar” Se refería al carbón. A que la fotosíntesis es la conversión de materia inorgánica en orgánica gracias a la energía que aporta la luz. La vida de nuestro planeta se mantiene fundamentalmente en virtud de la fotosíntesis que realizan las algas en el medio acuático y las plantas en el medio terrestre. Los vegetales y algas, elementos madres del carbón - al que llegan tras cambios químicos en innumerables años- son producto de la fotosíntesis y entonces también de la luz. Luz del sol. Luz de estrella. Llego entonces a la frase “el carbón es luz de estrella enterrada”. Mezclando recuerdos e historias, ya tenía el capítulo, la vida de la protagonista de la segunda historia. Esa niña, hija de un dirigente minero en los años 60, quien viera las estrellas sembradas sobre el negro cielo tras el terremoto, descubrirá ahí mismo su vocación. Y años después, golpe de estado mediante terminará como astrónoma en la U de Concepción trabajando con Alma y los radiotelescopios; con esto lograba un personaje interesante, ejemplar: una hija del pueblo minero explorando el corazón del cielo.

Así fueron trabajados todos los capítulos. Y cada capítulo, con su tono narrativo particular, buscó la mano de un particular dibujante. Todos de la región. Concepción en particular.

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El arte de Ibi Díaz para el capítulo «Memoria»

IV.

En el año 2011 junto a Claudio Romo, Hari Rodríguez y Carlos Valle, dimos comienzo a un taller de narrativa gráfica en Balmaceda Biobío. En él reunimos un grupo significativos de dibujantes e ilustradores, en su mayoría alumnos de la Escuela de Arte de la Universidad de Concepción. De este taller saldría inicialmente Masa sicotrónica, el libro rojo, que con carácter experimental y cuidadosa factura expondría trabajos de grafica narrativa extendidos desde el comic más tradicional, hasta el trabajo lindante con la práctica de artes visuales experimental. Posteriormente, dos integrantes de este taller – no pertenecientes al grupo universitario, realizarían una novela gráfica titulada La isla de los muertos, que relata una tragedia ocurrida en 1906, en las cercanías de la actual Caleta Tortel. Allí, cerca de la desembocadura del río Baker, muere un grupo de trabajadores llevados a la zona, para desarrollar la ganadería durante el proceso de colonización. 33 cruces son el único testigo de lo ocurrido, en un hecho que terminó con la vida de entre 70 y 120 personas. El guionista fue Cristóbal Florín, el ilustrador, Rodolfo Aedo. Posteriormente, el mítico Yayo y Bastian Brauning –Pandemia, ahora en Santiago- son algunos de los que han continuado con la producción.

Dice el prólogo del libro rojo del 2011: Masa sicotrónica nace en tanto construcción de una plataforma de producción gráfica, capaz de asumir funciones como registro de obra, de jóvenes artistas gráficos de Concepción. Su objetivo, es potenciar la creación y producción de la narrativa gráfica local –aunque también lo fue explorar ésta en relación v con las exigencias de las artes visuales- aí como enfrentar el proceso editorial y por ende el de circulación, cuestión que plantea y resuelve esta publicación. Publicación que recoge a la vez, un desempeño autoral, una exploración estilística y una práctica experimental.

Posteriormente realizamos un segundo taller, esta vez contando con Damsi Figueroa como guionista, quien junto a Valeria Hernández realizó el libro de poesía ilustrada Judith y Eleofonte, reedición del primer poemario de Damsi, publicado unos 18 años atrás. Anomalía, novela gráfica que narra las peripecias del terremoto del 2010 en Concepción; El Cabello de Abigail, libro álbum de Ibi Díaz que narra las costumbres pilosas de una curiosa familia y dos carpetas de artista (Paola Barrera y Carola Josefa) completaron la producción de taller.

En el 2014, para Lota 1960, fueron convocados Ibi Díaz, Elisa Echeverría, Fabián Rivas, Vicente Plaza –el único no regional, ilustre dibujante nacional, participante del Trauco y autor de Las sinventuras de Jaime Pardo, magnífica novela gráfica diríamos “de formación”-, Fabián Rivas, Claudio Romo –editor gráfico general del libro e ilustrador- y Francisco Muñoz. Teníamos los ilustradores. Muy buenos ilustradores. Disponibles, 15 páginas para cada uno. Tamaño del libro: 24 x 27 cms. Y cada uno, recibió un guión amoldado a su estilo Es por esto que Fabián resuelve Marcha - la historia que ocupa el centro del libro- en su estilo. El capítulo, hace crónica de la marcha misma. Punto crucial de la huelga, retrata el avance de una columna de 40.000 lotinos hacia Concepción. Dice un comentario:

Marcha» tiene un tono homérico, de epopeya. Convenientemente, al ser la historia central, se dedica en pleno a recrear la épica de la huelga. Los lápices de Fabián Rivas resuelven a la perfección la tarea con tal fuerza gráfica que se acercan al afiche político, tanto que bien podrían adornar algunas calles.

Asimismo, Elisa Echeverría, de quien conocíamos los trazos íntimos de Anomalía, recibió la historia de la chica finalmente astrónoma, ejerciendo un dibujo que da cuenta del espacio íntimo de una biografía. Vicho Plaza con un lenguaje gráfico más cercano a la historieta convencional, era el adecuado para un relato múltiple – el viaje de más de 2000 hijos de familias mineras acogidos por el Gremio de suplementeros y trabajadores gráficos de Santiago-, poblado de diálogos. Igualmente, Claudio Romo, cultor de monstruos y fantasmagorías, recibe la historia fantástica de una despedida. Su protagonista, una joven, chinchorrera. Mas, ¿qué es una chinchorrera?

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«Nadie», episodio dibujado por Claudio Romo.

Dice Oreste Plath, insigne escritor, cronista y folclorista del siglo pasado:
Los chinchorreros son hombres jóvenes, adultos y ancianos, mujeres y niños, que viven arrebatándole al mar el carboncillo que se cayó de los lavaderos, y que aparece en mayor cantidad, en las horas de baja marea. Para ellos no hay descanso. Se trabaja día y noche, invierno y verano. El chinchorrero, pasa metido en el agua sacando el carbón molido con su chinchorro, así llaman a una bolsa de rejilla de red, como para coger mariposas, atada al extremo de un palo de dos o tres metros de longitud. Ellos están en calzoncillos y ellas con las polleras arremangadas a la altura de la cintura. Le disputan al mar los pequeños trozos de carbón que flotan, y que van amontonando en la playa para completar las perras o sacos harineros. Cada costal es una perra y —por extensión— el que recoge el carboncillo y llena esta bolsa, es el perrero. A estos recuperadores del carbón del mar, también se les conoce con el nombre de pescadores de carbón.

Son, o acaso eran, el margen del margen, los más olvidados, un epítome de los que no figuran en ninguna historia, pero no por eso son menos humanos y dignos que todos los demás. Entonces, ¿Por qué este personaje, en la página final de la historia dice “Puedo ver … tal vez irme… ahora conozco la raíz del carbón”? Es por cierto la historia de una liberación. Pero, en qué medida la visión juega en ella? Y ¿Qué tipo de visión? ¿Es un simple ver? ¿O un abrirse a una percepción interior? ¿Acaso lo que ha visto es su realidad? Y por esto – con un peculiar valentía- descubre que entonces puede hacer, ser lo que quiera? Son muchas las preguntas que un personaje se hace cuando se está construyendo. Es deber del guionista orientarlo y brindarle las posibles respuestas que conducen su historia.

Francisco Valenzuela, a quien personalmente encuentro más ilustrador de estampas graficas que narrador secuencial, es quien se encarga de la última historia. Especie de pronóstico o predicción posible, su texto es fundamentalmente un cuento más que un guión, por lo que el estilo de Francisco funciona peculiarmente bien. Cuando presentamos el libro en Lota, se me acercó un par de jóvenes. Habían leído el libro hace un par de días atrás, encontrándose en su último capítulo con la historia de Lota fantasma. “Algo hay de verdad en lo que el capítulo cuenta” dijeron, “tras el cierre de las minas algunos intentaron usarlas como centro acopio de deshechos químicos”. Yo mismo debo haber leído algo así en los años pasados. Algo que acrecentó la certeza de una posibilidad: una funesta predicción del futuro de la ciudad. Un futuro que no merece, y que estas pequeñas profecías deben servir para evitarlo.

Algo había pasado en el puerto de Lota, algo descrito como un “accidente nuclear”. Al parecer alguien -siempre es alguien- había descubierto que los viejos piques mineros servían para guardar desechos de material radioactivo, para depositar seguros y a salvo contenedores de material de desecho pero aún fisionable y entonces un día algo falló. Y colándose por entre las capas geológicas, deslizándose por entre las placas calizas, rocosas, calcáreas, una reacción en cadena había llegado a la luz. Otra luz: la luz pura y fosfórica de una nube de muerte que dejaba la lepra en la piel. Y Lota fue la ciudad de los cuerpos resplandecientes, la ciudad de la vida con huecos fosfóricos, la ciudad en que todas las cosas alumbraban de noche como iluminadas de luces en un carnaval. Luego vino el ejército y cercó la ciudad. Y durante los sesenta días de la primera muerte nadie pudo entrar ni salir. Allí murieron mis padres, mientras se extendía la nube de la muerte segunda -más tenue, más débil- por sobre los bosques costeros de la cordillera”.

V.

Decidimos, Claudio Romo, yo y Hari Rodríguez, el diagramador, los aspectos editoriales del libro. Impresión, en cuatricromía, haciéndose el negro en base a mezcla de colores, tinta negra con algo de cian, para la frialdad. Cada dibujante podía elegir fuera del negro común un color otro. Fueron usados el rojo y variaciones de azul y amarillo. Se eligió papel bond ahuesado de 90 gramos, y para portada cartulina reverso blanco de 300 gramos. Cada dibujante eligió la letra para su historia, siendo Brandon Printed y Lynotype Typo American las generales del libro. Todo buen libro requiere un trabajo fino de diseño y maquetación. Este lo tuvo, luego se imprimió. Ahora lo distribuye Nebula y Lom a lo largo de Chile. Es un libro que no es crónica ni tampoco historia. O más bien, sí es historia, pero ficcionada, aunque en realidad toda historia es una ficción. Asimismo, el libro pone a punto y escenifica algunos elementos de continuidad. Es decir, algunos personajes y elementos que estructuran todo el relato. Es un libro que pone en juego múltiples talentos, provenientes del área de literario y de las artes visuales, haciendo un producto híbrido que puede ser considerado desde muchas perspectivas e incluso simplemente como la práctica de un lenguaje en sí.

Dice Thierry Groensteen, teórico del comic, belga: “Es la plasticidad de la historieta, lo que le permite poner en marcha mensajes de todo orden y narraciones diferentes a las de ficción, demostrando que, antes que un arte, la historieta es cierta y verdaderamente un lenguaje”. O de otra forma: La historieta, el comic, sería como un lenguaje, es decir, no un fenómeno histórico, sociológico, o económico, lo cual también es, sino como un conjunto de mecanismos productores de sentido”

Recientemente, en Santiago, Sam Cannon en las ya habituales charlas en la librería Qué Leo, se refirió al comic chileno, a partir de tres piezas. Dice Carlos Reyes: “Según Cannon el espacio entre viñetas bien podría ser el mapa de una ciudad desde un punto de vista cenital, proclive para constituir un archivo mutante entendiendo el archivo como un intento de reproducir documentos reales. Esto llevó en su reflexión, a la cuestión de la posibilidad de la existencia de otras narrativas alternativas, situadas más allá del ámbito del archivo. La historieta sería otra narrativa situada fuera del archivo. Ignorada, puesto que no busca imitar el archivo oficial”. Es curiosa su conclusión pues Cannon afirma: “ver un historieta se parece mucho al mapa de una ciudad”. Juicio o metáfora que no comparto a cabalidad -puesto que todo con algo de esfuerzo puede ser visto como el mapa de una ciudad-, nos acerca sin embargo a una frase más certera, de Alvaro Yañez Bianchi, mejor conocido como Juan Emar. Dice: Existe una clara relación entre la configuración de una ciudad y nuestros más encubiertos deseos: Entonces, la historieta misma sería un lenguaje que muestra esta disposición.

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