Nuestra amiga y artista argentina, Azul Blaseotto nos ha enviado esta breve, pero interesante reflexión sobre los dibujos documentales que realizó durante los recientes, y bullados, juicios del Tribunal Oral y Público Número 6 que en la Causa Atlético, Banco, Olimpo en 2010, condenó a 15 genocidas a prisión perpetua.
Para conocer más el trabajo de Azul, les sugiero pinchar AQUÍ.

“Los juzga un tribunal, los condenamos todos“ fue una convocatoria de la Agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S) y el Instituto Universitario nacional del Arte (I.U.N.A) con el objetivo de generar un registro de aquellas audiencias que no pueden ser televisadas, lo cual imposibilita su difusión masiva. Algunas de las imágenes fueron hechas postales, y aquí van unas reflexiones a partir de ellas.
Semejante convocatoria es no sólo encomiable desde un punto de vista moral. El que se produzca en un país donde las iniciativas de este tipo no abundan, la hace muy valiosa desde una perspectiva cultural. El planteo es solidario y colectivo. La convocatoria fue a poner el cuerpo. Quienes lo hicieron no salieron inmunes.
¿A qué presta atención un dibujante cuando asiste a una escena histórica y sabe que su tarea es documental? Entre las imágenes hay algunas que fueron creadas en el taller del artista- fáciles de reconocer por la composición, el punto de vista, la factura. No son ésas las que me interesan aquí.
La imagen parida por la urgencia, sucia de emoción y errores, trémula en su línea y directa en su visión, compromete a su autor con el momento al que asiste. Y con los hechos de los que como testigo forma parte. Un testigo que mira y acciona en tanto que dibuja.
En las imágenes más borrosas y menos figurativas hay detalles que le dan sentido a la convocatoria de H.I.J.O.S. Una mancha apretada representa a un público grande, apretado también; un rostro masculino, un declarante, frente al micrófono, la mirada no apunta al público sino a otro lugar, seguramente al hilo de sus propias vivencias, diciendo: “No podía morir… y aquí estoy”; el trazado enfurecido del recorrido de un secuestro; otro rostro que ya no es rostro sino grito y desesperación. Todo eso hace generar un registro de aquellas audiencias que no pueden ser televisadas“. Sí y no. O mejor dicho, sí, pero y más que eso.
¿A qué presta atención un dibujante cuando asiste a una escena histórica y sabe que su tarea es documental? El dibujante documenta, también, lo que no se ve. El paroxismo de un instante en que la angustia, tristeza, impotencia, silencio atraviesan cualquiera de este tipo de declaraciones, y en/a través/sobre ó debajo de las palabras se hacen carne. Todo lo que una cámara puede registrar técnicamente, pero y una mano humana transformada en ojo puede registrar humanamente. En este sentido, la producción de quienes allí dibujamos excede la utilidad de la tarea encomendada.
¿Qué documenta el dibujo documental? Cito a la socióloga Elisabeth Jelin: “La discusión sobre la memoria raras veces puede ser hecha desde afuera, sin compremeter a quien lo hace, sin incorporar la subjetividad del/la investigador/a, su propia experiencia, sus creencias y emociones. Incorpora también sus compromisos políticos y cívicos”.
¿Qué documenta el dibujo documental? Las arrugas de una madre de más de 80 años contra la lisura de un vidrio que la separa de los asesinos de su hijo, las espaldas de esos asesinos encorvadas por los reclamos de justicia de por lo menos tres generaciones. Eso y más también: la profusión de muchas miradas, otras, distintas, escudriñadoras. Ojos y manos capaces de dar testimonio y despertar memorias y parir recuerdos imborrables, ahora y siempre.