Hace pocos meses, Ocho Libros editó el primer volumen compilatorio de la obra de Vicente Plaza. Este texto, que ahora liberamos, fue publicado en esa edición. Ésta quiere ser una invitación a ser contagiados por el deseo imperioso de acceder a la lectura de uno de nuestros más reflexivos y profundos autores.
POR CARLOS REYES G.
Lo diré sin ambages. Vicente Plaza, Vicho, parece venir de otro mundo. Y su trabajo también.
Como todo aquello que surge desde otras dimensiones del tiempo y el espacio, y aunque su obra prácticamente no tenga descendencia en Chile, es capaz de impresionar fieramente la retina del lector casual para no dejarlo escapar fácilmente.
Parte del trabajo de Vicente Plaza (pues en la actualidad ha seguido dibujando y publicando en revistas independientes de corto tiraje) debe ser contextualizado en medio de la rabiosa aparición de las revistas de historieta independiente de la década de los 80, cuando el reinado de terror y muerte de la dictadura militar ya tenía los días contados. Junto a otros jóvenes dibujantes como Marcela Trujillo, Felva, Karto, Juan Vásquez, Lautaro, Martín Ramírez y Clamton entre otros, crearon un imaginario nuevo en nuestras páginas bidimensionales. Vicho y sus compañeros de ruta proveyeron de imágenes a la potente avalancha visual de las revistas alternativas de aquella década y sus dibujos constituyeron un renovado comienzo de lo que se dio en llamar la nueva historieta chilena. Desde aquella explosión ochentera, la narrativa gráfica nacional ha avanzado con paso irregular y dificultoso hacia, cada vez más auspiciosos derroteros.
Vicho es un autor sui generis, un sesudo interlocutor, un atento observador del mundo que lo circunda. Tal vez estas cualidades llamaron la atención de los lectores de la revista Trauko, publicación que acogió mayormente sus trabajos experimentales, historietas que mezclaban lo íntimo y lo poético con una fuerza pocas veces vista, otorgando a sus páginas una cualidad personal que no necesitaba ser evidentemente autobiográfica para dar cuenta del estado de ánimo y de la búsqueda de su autor. Páginas que, aún hasta hoy, conforman un lienzo ignoto, un paseo alucinante por entre los recovecos de la psiquis, alma o mundo interior (como quieran llamarle) de su creador.
Estamos ante una obra gráfica que no es fácil y que exige altas cotas de complicidad del lector. Puede resultar impenetrable por lo personal y es posible que resulte hasta opaca ante un primer acercamiento apresurado, pero una vez que se trasponga la barrera del prejuicio… se obtendrá la belleza. Más allá de las lecturas superficiales de las páginas de estos comics, el lector atento intuye otras lecturas, interpretaciones diversas que se disparan en todas direcciones. Al respecto, la habitual modestia de Vicho le hará decirme en cierta ocasión: “No es una estrategia. No es un asunto de estar a la vanguardia ni nada parecido. Es una falla. Una falla de comunicación” (1) y agrega: “Los textos, las palabras, dicen lo que el dibujo no puede decir, y viceversa, me gusta mucho que sea así. Sin mucha claridad, por supuesto, percibía que no hacía narraciones lineales, sino una línea de acción desde la cual salían segmentos de significados, que no tenían un desarrollo detallado sino que lanzaban cosas”.
El trabajo que da título al libro.
Cuando se trata de hablar del propio trabajo, Vicho es siempre generoso con sus colegas y mezquino con su enorme aporte: “Yo diría que fue una excepción la buena recibida que tuvimos con estos temas “existenciales”- confiesa al calor de una buena taza de té - En mi caso eran herméticos tanto por mis fallas como porque no había mucho vocabulario histórico en el que alimentarse (…) no había modelos para estos temas y para la carga expresiva de la narración profundamente subjetiva, donde no sirve usar códigos ya instalados y de dominio masivo”
No obstante, la timidez de Vicho sólo puede rivalizar con la certera mirada con que es capaz de diseccionar la realidad y ver a través de ella: “Uno viene a saber después que en ese tiempo empezaron a aparecer precisamente poéticas de las narraciones personales, autobiográficas, líricas, después del underground norteamericano, que fueron acompañadas por las autoediciones limitadas en las cuales se renuncia como una decisión política a la cuestión de publicar tiradas masivas. Pero en el caso de los estadounidenses y canadienses, en los que estoy pensando, la diferencia estructural y del contexto con nuestro país es tan conocida y aplastante que las sincronías se desvanecen al tiro. Me parece que en Chile ya terminó esa recepción buena de lo muy personal, de lo “existencial” que superó un poco, creo yo, a la simbolización política o a la crítica directa. Recuerda que los dibujantes que han logrado profesionalizarse en buenos términos, y por supuesto con admirable talento como Félix Vega, Gonzalo Martínez, son los que practicaron o se decidieron por la continuidad de los estilos históricos, las aventuras, y por otra parte el humor, por supuesto, la caricatura que a mí me gusta mucho, porque yo me formé para hacer cosas para niños. Me dirás que hablo por la herida, yo creo que no es una herida de envidia a personas, sino una herida con la cultura chilena, porque todos sabemos que incluso ellos no tienen sus carreras en Chile hasta el momento sino que trabajan para afuera. Los que se dedican al humor, tienen algo de campo. Lo bueno es que, a pesar de eso, continúa esa vena subjetivista en varios dibujantes y “dibujantas” nuevas, como Jorge Opazo, que de todas maneras es buenísimo, como Daniela Gallardo y Rodrigo Salinas, en fin. Son distintos, evolucionados”.
Las historietas que leerán en este volumen son frescos del fin del mundo, instantáneas del alma de su autor, exhibición de sus interrogantes, flujo de sus reflexiones. Historietas “existenciales” -las adjetiva apresuradamente el propio Vicente en una de nuestras tantas conversaciones sobre el tema – trabajos que habitan con valentía, terrenos inexplorados por la mayor parte de nuestra tradición comiquera, y poblados de personajes que más que encarnar arquetipos humanos, personifican conceptos, puntos de vista, pensamientos en voz alta.
Hay un placer inquietante en las páginas de “Un maravilloso animal salvaje”, en las viñetas de “El Joven TJ”, en los dibujos de “Sistema” o en “Concierto”. Son tácitas invitaciones a pensar en imágenes, a no esperar historias aristotélicas en que a “alguien” le pasa “algo”. Puertas abiertas para dejarnos llevar por el trazo expresionista de Vicho, tan tributario de su amado José Muñoz. Laberintos que quieren hacernos abandonar la pretensión de una mímesis que no existe más allá de las propias dimensiones de las páginas de historieta.
Un universo poblado (y creado) por un autor que definitivamente no es de este mundo.
(1) Todas las citas provienen de la entrevista: Vicho Plaza: Mismo “Sistema”, Otro “Concierto”, texto disponible en línea AQUÍ
La enigmática página final de “Un maravilloso mundo salvaje”.