POR CARLOS GATICA.
La historieta provocó (y anticipó) las actuales medidas femeninas . Este artículo, que ataca el buen gusto, nos aclara esta paradoja.
LA TRISTE REALIDAD
La humanidad debió haber nacido en un avanzado estado de evolución. Escenas que muestran a monos golpeando huesos, deberían haber sido, sólo eso, monos golpeando huesos; y no la triste constatación de una enorme pérdida de tiempo hasta convertirnos en humanos modernos. Bueno, no podemos hacer nada con eso, sin embargo hemos tratado generación tras generación, de evolucionar hasta encontrar nuestro principio.
Platón aseguraba que el mundo ideal era perfecto, y que debido a un problema administrativo, había que encargarle la construcción de la realidad al demiurgo, que al parecer no estaba obligado a realizar su trabajo con perfección. La realidad, fue una de las tantas tareas acumuladas en su escritorio. En algún momento el plazo de entrega se cumplió; probablemente los papeles se timbraron sin una segunda revisión. El resultado nuestra realidad.
La idea, entonces, se quedó a vivir en nosotros, pero durmiendo en camas separadas con la realidad, en una relación gobernada por las descalificaciones mutuas. La imaginación se presentaba luminosa e infinita, mientras la realidad, se construía a fuerza de volcánicas y vistosas erupciones, que tarde o temprano se asentaban en depósitos de lava dura, fría y tristemente caprichosa.
Ya estaba en el ambiente el deseo de mejorar el cuerpo, como se puede ver en este aviso de revista Zig Zag N° 81 del 2 de septiembre de 1906.
La idea danzaba por encima del fuego sin quemarse y bajo la lluvia, sin mojarse. Modelaba verdades aparentes o mentiras flotantes que la realidad, infructuosamente trataba de atrapar con sus torpes manos de piedra y sus cinco sentidos limitados por su propia naturaleza física. Pero en algún momento, esa distancia sufrió una pequeña pero notable modificación.
Un día, hace millones de años un espécimen peludo y hediondo (uno de los miembros de Ergocomics posee dichas características, pero asegura que tiene sólo 40 años), logró visualizar a una idea que entró volando a su caverna. Este primitivo ser, cerró los ojos y lentamente estiró su mano y la posó sobre el barro pútrido que lo rodeaba, esperó a que aquella idea se quedara bien quieta, levantó la mano y la separó del lodo nauseabundo; cuando estuvo seguro y con toda la habilidad que su contextura mandrílesca le permitía, la posó sobre la pared de la cueva en semipenumbra. Entre la palma de su mano y la pared, quedó atrapado algo que este primate no podía descifrar, pero que intuía estaba allí. Separó su mano de la roca con suma precaución y observó una mancha que torpemente reproducía el área de la palma de su mano; ¡La había atrapado! En tonos verdosos y amarillentos, aquella idea, que hace algunos segundos revoloteaba como un insecto insufrible e imposible, quedaba prisionera para siempre en aquella roca. Había nacido el Arte Visual. El arte visual se quedó con nosotros para permitirle a la materia disfrazarse, y a veces trasmutarse en idea, y creó una conexión destinada a que ésta modelara a la materia y la impregnara con sus caprichos. Durante siglos, el arte visual fue utilizado como instrumento de la fe, retratando escenas de hondo contenido místico, sin embargo había algo en la figura humana, el motivo más frecuente en torno a la historia de la pintura, que evidenciaba un conflicto.
La existencia del ser humano en el mundo visual era manipulado en virtud del aquel idealismo místico. El cuerpo humano era incómodo, incompatible con la fe.
En latinoamérica circulan también por las callecitas paralelas de universos paralelos, estas mujeres que tarde o temprano pisarían nuestras calles de asfalto.
EL BUEN GUSTO
El arte visual entonces, fue domesticado, se llevó a palacio para protegerlo de si mismo y sólo se le dio permiso para materializar algunas ideas que tenían que ver con razones de estado y ciertos testamentos, unos más antiguos que otros. Y una lista enorme de pecados fueron atribuidos al cuerpo humano, catalizador innegable del deseo. Se inventó un instrumento muy efectivo para castigarlo: la culpa.
El clero y la realeza (uña y mugre durante milenios) impusieron la culpa a todas las protuberancias humanas encargadas de despertar los impulsos carnales. Esa misma culpa, fue mutando de corte en corte, diseminándose como gas venenoso, haciéndose tan etéreo, que se hizo concepto?el buen gusto.
El buen gusto se traspasó de generación en generación. Los artistas estaban obligados a lucirlo en todo momento, en cada pintura, o escultura. Era el sello de garantía para ser aceptado por el poder. El buen gusto gobernó la representación de la figura humana, especialmente de la femenina, llegando a casi negar las insinuaciones que la propia naturaleza imprimía con bastante cordura, diría yo, en la geografía femenina de la reproducción.
Da la impresión, revisando libros de grandes museos, que las mujeres no desarrollaban sus glándulas mamarias, pero cultivaban extensos michelines en obscena abundancia. En pleno siglo veinte, llegaron incluso a ser cúbicas, desmembradas, geométricamente planas y, Oh horror, con ambos ojos al mismo lado de la cara.
No tengo antecedentes para afirmar que las mujeres en la época de Rubens eran así de gordinflonas o si los hombres del renacimiento tenían sus órganos reproductores atrofiados, pero obviamente si en lugar de Michelangelo Buonaroti, la capilla sixtina hubiera sido pintada por Richard Corben, no tendríamos noticia sobre esa monumental obra.
Me tienen que conceder que el “buen gusto” manipuló la figura humana para hacerla mostrable y dejarla actuar como vehículo de pasiones más elevadas.
Tuvo que desatarse la revolución más importante del siglo veinte, la bolchevique, para que paradójicamente, el arte “materialista” comenzara a promocionar a la más idealista de las mujeres: la camarada proletaria. Exquisitamente fornida, con pronunciados volúmenes y manotas firmes con las que mantenía siempre enhiesto el vigoroso mástil de la escarlata bandera de la hoz y el martillo.
Tan fuerte, tan productiva. Esta mujer ideal, además sería la compañera ardorosa de una existencia pletórica de monumentales placeres y eterna justicia.
Estos camaradas dibujantes tenían la orden suprema del politburó, de evitar cualquier relativización de la anatomía femenina. Sus pechos serían abundantes (de las mujeres, no de los dibujantes) y marcadamente proyectados diez o doce grados hacia la dictadura del proletariado. El trasero, igualmente claro y sobresaliente como sus músculos y líneas faciales. En resumen, una mujer monumental.
LA OTRA GUERRA FRÍA, LA CALIENTE
Estados Unidos entró en la guerra y también tuvo que usar a mujeres salidas de la imaginación para incentivar a los hombres a alistarse en el ejército. Pero por supuesto al estilo americano. Comienzan a desfilar pin- ups de rubias de rostros inocentes y ojos dormilones, pero esta vez con los volúmenes selectivamente implementados. Senos enormes y prominentes traseros emergían de largos y estilizados cuerpos juveniles. El ideal capitalista, eliminó la musculatura de su predecesora bolchevique hasta hacerla adolescente.
Estas bellas mujeres salidas de los cerebros afiebrados de los dibujantes norteamericanos.
La primera reacción de la industria capitalista a las proyecciones onanistas de anónimos dibujantes e ilustradores de la época se materializó en la fabricación y comercialización de sostenes puntudos, con armazón de alambre, las mujeres se abrochaban con determinación aquellos artefactos y salían a la calle a lucir su pecho voluminoso y puntiagudo.
En la medida en que las proporciones de la figura femenina sufría metamorfosis notables bajo el influjo de las afiebradas plumas de dibujantes e ilustradores, el comercio textil lanzaba a las calles toda clase de adminículos destinados a satisfacer estas nuevas necesidades sociales: el cuerpo imaginado. De esa manera, sobre las siluetas de miles de mujeres en las calles, oficinas, hospitales y restaurantes; viajaban calzones selectivamente rellenos de algodón y deslumbrantes sostenes con punta de acero.
¿Que es lo que sucedía en la mente de los ilustradores norteamericanos? ¿Acaso su fantasía era una niña de ocho años con un cuerpo hiperdesarrollado, o tal ves una mujer de veinticinco con un rostro infantil? Doy las pruebas, juzgue usted, querido lector.
El comic y la ilustración en los años cincuenta gobernaba el mundo visual, las piezas publicitarias, en su mayoría desplegaban sofisticadas ilustraciones, debido a los obstáculos técnicos para la impresión de fotografías en color. Notables e inverosímiles resultan ahora, enormes campañas de pepsi y cocacola, sostenidas por el talento de artistas del pincel. Aparentemente con gran dominio del hiperrealismo, sin embargo, ese realismo era irreal, tan irreal como las cinturas de dimensiones imposibles que ostentaban esas rubias modelos de acuarela y tinta china.
A CIRUJANOS (Y DIBUJANTES) SE LES VAN LAS MANOS
La primera intervención de la medicina para resolver la discrepancia entre la naturaleza y la mente masculina, se realizó a la altura de las dos primeras costillas, que luego de acuciosos estudios en ratones y palomas mensajeras, determinó que aquellas piezas óseas eran prescindibles, al igual que el apéndice. Hollywood y sus estrellas llenaron containers con primeras y hasta segundas costillas, que seguramente fueron el deleite de perros callejeros y vagabundos, ¿Habrá sabido aquel homeless que ese huesito con carne que cocinó con papitas en un tarro, y que chupeteó hasta el cansancio, era de Elizabeth Taylor?
Llegaron los años sesenta y comenzó la gran guerra, en el cine, el buen gusto atacó con un arma mortífera a la desarrollada industria del comic. Apareció en las pantallas una muchachita con cuello largo y dimensiones exiguas: Audrey Hepburn, digamos una sesenta-sesentaycinco-sesenta, planita como el desierto de Atacama, pero “con una elegancia indiscutible”, repetía la prensa salamera. Y Audrey, no estaba sola, con ella comenzarían a desfilar raquíticas como Twiggy o flacuchentas como Charlote Rampling, pero el tren ya estaba en marcha y los dibujantes habían ganado mucho terreno. Las mujeres de Milton Caniff y otros tantos, habían consolidado la ausencia de por lo menos ocho costillas, mientras los volúmenes se inflaban con la fuerza de colosales pulmones libidinosos o bien con la adición de seis o siete libras de presión a glúteos y senos.
El paradigma americano se imprimía en los años sesenta por millones en las últimas páginas de la revista Play Boy: Little Anny Funny, cuyas medidas imposibles dejaban a la realidad, con poquísimos soldados para enfrentar esta guerra que se mezclaba con revueltas estudiantiles, movimientos liberacionistas, filosofías orientales pletóricas de ayunos y huesos flexibles, y una realidad que, principalmente, se enfrentaba contra sí misma.
La fantasía superaba a la realidad y jugaba en el mundo material y sensitivo, con pigmentos surgidos de la tierra, del humo, de la savia de los bosques. En la medida que las modelos se aproximaban a las proporciones del personaje de historietas, se les abrían puertas para aparecer a tres planas en el desplegable central. Por otro lado, en Europa, la bella Jane Fonda intentaba ser la voluptuosa Barbarella. Con un complaciente conformismo, aceptamos que lo fuera por una hora y media en la pantalla grande, pero seamos honestos, Jane era en esos tiempos una hermosa joven, sin embargo ella jamás hubiera sido creada por un dibujante, era muy fina, digámoslo con todas sus letras, de muy buen gusto.
Qué cintura, qué busto, esas piernas largas, esos cabellos perfectos. ¿quien puede con ellas?
Así se daban las cosas, la fantasía empezaba paulatinamente a exigir de la realidad una posición clara. Es que la naturaleza es odiosa, cruel, inmisericorde, dota a algunos de belleza y a los más sólo nos recubre de funcionalidad, y lamentablemente para algunos, hasta eso es negado. Ante tal despotismo, los lúbricos dibujantes de historietas, a través de varias generaciones, han permeado la realidad, me atrevería a decir que han potenciado el avance vertiginoso de la medicina, la química, la farmacéutica y la cirugía y junto con la industria de la ortopedia, han cambiado los paradigmas de belleza, en un escenario donde las leyes no son físicas, sino compositivas, donde las líneas se comportan como huellas del deseo, huellas como cadenas de ADN que entregan a la próxima generación de dibujantes, los atributos dominantes en la construcción de la figura femenina.
UN EPILOGO DESCOMUNAL
Chile, Agosto 2007, un titular de un diario capitalino exhibe un busto descomunal que apenas deja ver el rostro de su dueña, pero qué importa, si a cinco columnas se lee: “Marlen estrenó sus nuevas pechugas de 575 gramos por lado”. Si estuviéramos en un match de boxeo, los árbitros tendrían que marcar, sin duda alguna, esta noticia como otro knock out a la realidad.