En el número tres de Caleuche Comics, se anunciaba esta saga de "Hijos de P". Nombre bastante decidor para una historieta que transcurre en Ciudad P, un lugar del mundo que, a todas luces, es un rincón de nuestra capital, vista a través de un cristal de aumento, el más vicioso, el más perverso, el más violento. El de Amancay Nahuelpán y Daniel Bernal.
Finalmente, la historia se hizo protagonista de sí misma y no vio las luces en las páginas de la publicación mensual, si no que agarró vuelo y se fue a instalar en una publicación propia, una suerte de "Línea Vértigo" de Caleuche Comics, que originalmente está dirigida a un público infanto-juvenil, que escapaba al target de Hijos de P., un tanto más adulta, un poco más zafada, bastante más violenta, tanto desde la perspectiva del lenguaje como de las acciones.
Es una historia de venganza. Dura venganza. Un novato maleante cae preso en su primer delito, "El Chocho", quien arrastrará en su viaje al infierno a un maleante de verdad, "El Bicho", que estaba en el lugar del asalto y que cae preso junto a él. Lástima que exactamente en el mismo presidio, "La Perrera", y se encargará de hacer pagar al novato por su captura, en una sesión de tortura de antología.
La vida al interior del penal se ve alterada con la fuga de "El Bicho" y otro compinche. Desde ese día, "El Chocho" se preparará para el día en que pueda salir de La Perrera y vengarse de quien él siente que le ha podrido la vida.
Diez años deberá esperar a un indulto por la revisión de su caso. Diez años en que ha pulido su cuerpo como un arma. Ha dejado de ser el enclenque y tímido muchachito de barrio pobre encaminado al crimen, para convertirse en una máquina engrasada para cumplir el único objetivo verdadero que ha tenido en la vida, la venganza.
Básicamente, esa es la premisa de la obra de estos jóvenes autores. La narración, en general, es impecable y el dibujo tremendamente solvente. A ratos recuerda las buenas narraciones gráficas venidas del extranjero. Todavía no me acostumbro a ver escrita nuestra manera de hablar, nuestras groserías, nuestra coprolalia, que a veces me resulta un poco forzada y levemente inverosímil. Pero supongo que el tiempo, la práctica lectora y una uniformidad en la escritura de esa verborrea, propia de los bajos fondos de cualquier lugar de nuestras tierras, me harán más plausible la lectura.
Me pasa lo mismo en las películas chilenas. Por alguna razón, el lenguaje cotidiano nuestro suena falso. Y ojo, por que la internacionalización de los productos exigirá ajustar esos textos a un modo más neutro, probablemente.
En el dibujo, me encantan esas páginas con "aire", donde los textos flotan sobre fondos negros que componen la página acertadamente. Es una lección aprendida por el guionista y el dibujante de las complejas y buenas narraciones llegadas de los Estados Unidos, Inglaterra y España. A veces, eso sí, se les recargan un poco las páginas y los cartuchos con textos de personajes se confunden un poco.
Pero el oficio se hace haciendo y estoy seguro que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasen el dibujante y el guionista libres, tanto de la excesiva referencia temática y plástica del extranjero, como de los vicios de la desmedida ampulosidad poética de algunos pasajes. Cabe recordarle, al guionista, el sabio consejo de Huidobro "El adjetivo, cuando no da vida, mata".
En resumen, una obra recomendable, que apunta a la madurez del registro de muchos autores nacionales poco conocidos, muchos de ellos, aún muy jóvenes, pero con temas, con lecturas anteriores, con un mundo que contar. Esperamos más trabajos de esta dupla, pero también más ediciones de esta nueva línea que tan brillantemente abre Caleuche Comics, con esta entrega. No, amigos, no se equivocaron con su elección. Pero creo que se equivocarían si este fuera el único trabajo de Hijos de P o si no se animaran a seguir publicando su propia "Línea Vértigo", que ha comenzado tan bien.
Felicitaciones a los editores y a los artistas.